Esta película pertenece a la mejor etapa del
gran cineasta Rafael Gil como demuestra este drama humano que entronca con los
grandes clásicos de Hollywood, un cine que produce emoción y que es como un
escorzo de vida humana.
La
calle sin sol tiene un esplendido guión del escritor Miguel Mihura, autor
de “Tres sombreros de copa” o de “Ninette y un señor de Murcia”. La película
llegó incluso a obtener la declaración de interés nacional, que no estuvo en absoluto desacertado dado que su
prestigio no ha hecho sino aumentar con el tiempo. Incluso el gran escritor
Fernando Vizcaíno Casas llegó a afirmar que esta era la mejor película de su
director.
La película tiene un guión sólido que
recuerda al realismo poético francés rodado con brillantez. La película narra
la historia de Mauricio, un fugitivo extranjero que se refugia en Barcelona,
donde es acogido en un restaurante del barrio chino. Se enamora de la hija del
dueño, pero su relación se pone en peligro cuando todos los indicios le señalan
como sospechoso principal de un crimen ocurrido en el vecindario.
El estilo y el tono de La calle sin sol se inspira en el clásico thriller americano, al
estilo más romántico y poético de “Retorno al pasado” de Jacques Tourneur.
Rafael Gil sabe captar esa atmosfera y pinta con acertado realismo el ambiente
del barrio chino barcelonés, sus gentes y costumbres, logrando dos momentos de
absolutamente antológico, uno de matiz costumbrista: el vendedor charlatán que
actúa en la calle y que interpreta a la perfección Manolo Morán: el otro de
sabor poético y dramático: los habitantes de la calle solo pueden ver el sol
unos instantes al día, y en ese momentos todos se colocan frente
a él para sentir sobre sus cuerpos la débil caricia de unos tímidos
rayos de sol. Es sin duda una de las
tres o cuatro mejores escenas de toda la historia del cine español. Estos
retazos magníficos la convierten en un precedente del mismo neorrealismo, años
antes de “Surcos” y en el mismo año que “Ladrón de bicicletas”.
Antonio Vilar encarna magistralmente al
fugitivo que oculta un misterio y se esconde en la taberna, y Amparo Rivelles
logra una de las mejores interpretaciones de su carrera en el papel de la
enamorada. Junto a ellos brillan con los propia los secundarios llenos de
convicción como Antonio Morán, José Nieto, que da vida a un pobre vecino que
vive con su mujer ciega, Mary Delgado, Alberto Romea, Julia Caba en un papel
simpatiquísimo, y Ángel de Andrés como el pobre admirador ignorado de Amparo
Rivelles, que encarna a un pintor de cristales.
El misterio del inicio se trona en historia
romántica, sin abandonar nunca la descripción costumbrista: el comisario, el
mendigo, el charlatán, la mujer ilusionada, el limpiabotas, el cristalero, la cocinera,
la portera… para después convertirse en relato policiaco, y volver finalmente a
la poesía. Todos los ingredientes se integran en una puesta en escena
invisible, a la manera de los clásicos americanos: contenida, eficaz y
brillante, que revela a un auténtico director de cine, no solo a un artesano
con oficio, sino a un creador capaz de inspirar un mundo y un expresión propia
en las película.
Pero como en las grandes obras
cinematográficas, la riqueza de La calle
sin sol, no es para describirla con comentario, sino para disfrutarla en toda
su dimensión. De esta forma comprobaremos hasta que punto han sido falsas y
manipuladoras muchas “historias del cine” que sobre el cine español de esta
época pululan por ahí y comprobaremos que este clásico del cine negro, poco
tiene que envidiar a los que se hacían en Hollywood por esos mismos años.
En La
calle sin sol hay descripción exacta
de la realidad, con sus miserias (el personaje de José Nieto y su mujer ciega),
las trampas para sobrevivir, las ilusiones, los fracasos. No se pinta una vida
cómoda, sino al contrario, difícil y con estrecheces. Aunque enmarcados luego
en un sistema general de valores positivos.
Los actores están brillantes, y como digo,
el argumento y el estilo se encuentran en el nivel adecuado del cine que en
esos años se filma en EEUU y Europa occidental. El ritmo es adecuado, montaje,
elementos técnicos…
En definitiva, la contemplación serena y sin
prejuicios de La calle sin sol sirve
para reivindicar a Rafael Gil como gran director, mucho más que docenas de
páginas tratando de llegar a la misma conclusión. Porque con el paso del tiempo
La calle sin sol se ha convertido en
una referencia ineludible para conocer el cine español de la década de los
cuarenta, y desde luego, para estudiar la figura de uno de sus hombres claves:
Rafael Gil.
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