¿Sabes lo que es un flashback?

¿Sabes lo que es un flashback?

jueves, 29 de octubre de 2020

DON QUIJOTE DE LA MANCHA

 

   El éxito y el prestigio del gran Rafel Gil que ya acumulaba en 1947 le decidieron a emprender su mayor obra, un empeño casi imposible por sus características pero que se hacía necesario realizar: la adaptación cinematográfica del Quijote. 


 

 

   La productora Cifesa aceptó con entusiasmo el proyecto de la filmación de la inmortal obra de Cervantes y no escatimó en gastos para su producción. Rafael Gil leyó varias veces el Quijote antes de escribir el guión, para el cual contó con el apoyo de Abad Ojuel y de Armando Cotarelo, designado por la Real Academia Española de la Lengua. Siempre se enorgulleció de que en toda la película no se pronuncia ni una sola frase que no hubiera sido escrita por Cervantes, por ello estamos ante la primera adaptación fiel e íntegra de la novela y no una recreación como serían las adaptaciones posteriores. Así lo reconocieron, entre otros Luis Buñuel y Orson Welles, como la mejor película jamás filmada sobre la epopeya cervantina. 


 

   Don Quijote de la Mancha es una auténtica superproducción española, con unos exteriores muy cuidados, unos decorados espectaculares de Enrique Alarcón, una fabulosa fotografía de Alfredo Fraile, que convierte muchas escenas en auténtica recreación pictóricas de las páginas de la novela y una excelente, aunque excesiva por momentos, banda sonora del prestigioso Cristobal Halffter.

   Con un reparto de lujo: Rafael Rivelles como un excelente Quijote, lo mismo que Juan Calvo logra con su Sancho el papel de su vida.  Junto a ellos destacan Sara Montiel en sus comienzos artísticos. También con secundarios de lujo como Manolo Moran, Julia Caba Alba, Fernando Rey en el papel del bachiller Sansón Carrasco.

   Esta película obtuvo la mención de honor del I Certamen Cinematográfico  Hispanoamericano, así como diversos premios para Rafael Rivelles. La película fue recibida con entusiasmo por la opinión pública española, por la crítica especializada y por intelectuales de reconocido prestigio. 


 

   Rafael Gil hizo un gran trabajo a la altura de su tiempo y su versión del Quijote era la que en aquél momento se tenía que hacer. El éxito popular fue respetable aunque no apoteósico, pero sin embargo la película tuvo una buena distribución hispanoamericana e incluso gozó de relevancia en Estados Unidos, donde se hicieron copias para las Universidades que sirvieron de estudio a todos los hispanistas del momento. Hasta incluso recibió una oferta de Hollywood que Rafael Gil tuvo que desechar.

   Esta película fue capaz de captar en imágenes el espíritu de Cervantes, su fiel adaptación del texto, un logro nada fácil de conseguir. Secuencias como la de los molinos de viento, el ataque a los rebaños de ovejas o la batalla de don Quijote contra los odres de vino, son antológicas y parecen sacadas literalmente de las páginas de don Miguel de Cervantes.


 

   Es cierto que es imposible adaptar todos los capítulos, pero la intención de rodar los más posibles y con un ritmo cinematográfico es meritorio. Se trata de un acercamiento con devoción y humildad y no con pretensión de ofrecer una visión particular del texto.

miércoles, 21 de octubre de 2020

HIJOS

    Hace unas semanas me encontré con un articulo que como un dardo da en la diana con una problematica y situación que esta presente en nuestra sociedad donde parece que tener hijos tiene muy mala prensa y estar en soledad se celebra como un "éxito" ...

   El artículo es de Alberto Olmos y lo publicó en El Confidencial. Aquí lo reproduzco:

" Tener hijos es de pobres y ya solo está bien visto si te cuestan dinero. Es decir, si tenerlos conlleva algún tipo de gasto en inseminación artificial. Es fascinante cómo la naturalización de un progreso o cambio social se pasa siempre de frenada. No están tan lejos aquellos días en los que ligar por internet (así en general) era de pringados. Cuando alguien decía que había conocido a su pareja “en internet”, la gente sentía pena, pues internet era la nueva versión de las clases de salsa, a las que, como todo el mundo sabe, solo te apuntas para encontrar novia. Ahora lo que es de pringados es no tener Tinder, ir por los bares.

El caso es que tener hijos naturalmente es como cutre, tener varios es de fachas y vivir todos en la misma casa, de franquistas. Leí la semana pasada un artículo en 'ElDiario.es' que venía a decir esto último. “La familia tal cual la entendemos es una herencia del estereotipo de los años setenta: papá, mamá y un par de hijos o tres. Pero ya no es real”, sentenciaba un señor. Mi familia no es real, amigos. Se ve además que en 1920, 1810 o 1270 nadie en todo el mundo tenía dos hijos ni vivía con ellos bajo el mismo techo, junto al otro cónyuge. Creíais que erais una familia y erais en verdad la Falange.

Yo qué sé. Vamos con ello. Vamos, agotadoramente, con ello. 

Los hijos

William Shakespeare promovía divinamente la procreación en su soneto XIII, cuya traducción es muy variada e insatisfactoria en nuestro idioma. Dice William, franquista de primerísima hora, que, bueno, te vas haciendo mayor, y esa belleza tuya a lo mejor merece replicarse, ponerse en otro (“and your sweet semblance to some other give”). También argumenta este mindundi que supone un desperdicio morirse y dejar que se desplome la casa de tu vida (“Who lets so fair a house fall to decay?”). Y remata el soneto con uno de los versos más extraordinarios que puedan leerse sobre padres e hijos: “You had a father: let your son say so”. Algo como: “Tuviste un padre, deja que tu hijo diga lo mismo” (“Tuviste un padre, que a ti te nombre un hijo”, García González; “Bien sabes que tú un padre tuviste: ten un hijo”, Rivero Taravillo).

  Los matices del verso son espectaculares. No se limita a decir: “Ten hijos”, sino: “Piensa en que tendrás un hijo que sabrá que tú fuiste su padre”. Esta galantería semántica puede aplicarse enseguida a nuestro tiempo. Las numerosas personas que arremeten contra los niños o recomiendan no tener hijos o se felicitan de que cada vez haya menos familias son, qué duda cabe, hijos de alguien. Sin embargo, hablan como si pertenecieran a una gama humana exclusiva, fruto de la luz solar o, quién sabe, surgida por generación espontánea que nada tiene que ver con aquello que torpedean. Se ríen de las embarazadas (“panza de burra”, dijo Elisa Beni) como si su propia madre no hubiera lucido barriga con ellos dentro; desprecian a los niños (Adrián Lastra) como si ellos nunca hubieran sido niños, y lo que es más admirable: cantan las virtudes de la soltería sin hijos cuando muchos, a buen seguro, ni son solteros ni carecen de ellos.

 “La libertad de no ser madre”, “Por qué hemos perdido la motivación de vivir en pareja”, “Las mujeres solteras y sin hijos son el grupo social más sano y feliz del planeta”, “¿Queremos a nuestros hijos por encima de todo?”... Esta ristra de titulares de 'El País', junto a muchos otros, recogidos en un hilo de Twitter por Rafael Núñez, nos lleva a pensar que hoy apenas cuatro idiotas tienen hijos. Esta fabulación nascifóbica —donde vemos de nuevo la inclinación por subir la apuesta, pues ya no es igualmente válido no tener hijos, sino, de hecho, mucho mejor— contrasta con el dato que espigaba César Rendueles para su reciente ensayo 'Contra la igualdad de oportunidades' (Seix Barral): “La encuesta de fecundidad que realizó el INE en 2018 mostró un resultado fascinante: tal vez vivamos en sociedades digitales, posmodernas, poliamorosas y del riesgo, pero nuestro deseo de tener hijos sigue incólume. Como siempre ha ocurrido, la inmensa mayoría de hombres y mujeres quieren ser padres y madres”. Después de hacer la innecesaria salvedad —imprescindible en estos días de idiocia— de que, como es obvio, le parece estupendo que alguien decida no tener hijos, Rendueles apunta: “Se calcula que las mujeres españolas que deciden de forma consciente, meditada y definitiva no tener ningún hijo no superan el 5%”.

 De hecho, ni siquiera proceden de ese 5% todos los artículos y tuits contra los hijos, pues la posmodernidad una cosa que sí permite es hacer campaña desde los 18 a los 35 contra los hijos, tener uno o dos entre los 35 y los 38, y seguir haciendo campaña contra los hijos durante el resto de tu vida. Nadie ve en ello contradicción alguna. A fin de cuentas, tenemos una ministra de Igualdad casada y con tres hijos, y con chalé, “conservadora” (sic) en lo sexual, adicta a las sesiones de foto con mucho maquillaje y variación de 'outfits', cuyo ministerio propone insistentemente que todo eso que la propia ministra disfruta (tener hijos, pareja estable, casa, dinero a mansalva, una apariencia canónicamente publicitaria y el vicio de exhibir su bonanza a la menor oportunidad) es malísimo, puro veneno; ni se te ocurra, amiga.


 

 Se predica continuamente que tener hijos y sacarlos adelante entre dos no es, como dice Manuel Vilas maravillosamente en 'Ordesa' (Alfaguara), “la lucha más hermosa del mundo”, sino una ordinariez y una lata. Se hace sentir culpable a una mujer por albergar deseos de ser madre, como si esa inclinación fuera propia de un títere del sistema o de una cabeza hueca. Luego, todos los que tanto predican y desaconsejan procrean sin pestañear siquiera. Pienso en esa mujer que hoy se cree rara por querer tener hijos cuando, según 'El País', no los tiene ya nadie. Le dicen que engrosa las filas de una minoría trasnochada, cuando en realidad forma parte de una mayoría de porvenir. Todo es mentira salvo conseguir saber lo que tú quieres de verdad hacer con tu vida.

Que los niños no puedan defenderse, y menos aún los no nacidos, es lo que me irrita mayormente de estas salvas y derrapes contra la natalidad y la infancia, de este 'bullying' continuado contra personas inocentes. Es la vuestra una frivolidad tan autoindulgente que linda ya en la eugenesia; vamos, en el fascismo.

Podría bajar uno al barro citando con demasiado entusiasmo el documental 'La teoría sueca del amor' (Erik Gandini, 2015), donde vemos las consecuencias tan lamentables de proponer desde el Estado que cada cual haga de su vida un interminable maratón en Netflix, en la creencia de que ese individualismo es lo que de verdad te hace feliz. Aunque es muy lúgubre saber por este documento que en Suecia hubo de crearse un funcionariado concreto para ir llamando a las casas de la gente a fin de averiguar si se había muerto —tanta soltería y soledad hacían común morir y que nadie se enterara—, ni siquiera me sale la maldad. En serio: moríos solos mientras Netflix pasa al siguiente capítulo. Queda guay.


 

 Pero sí quiero compartir con ustedes una idea juguetona que me viene a veces a la cabeza. Parece que nuestra baja natalidad hará difícil dentro de algunas décadas pagar la pensiones, pues habrá más pensionistas que trabajadores en activo. Normalmente aquellos que promueven “el fin de raza”, que diría Michi Panero, consideran que a todo esto le pondrá remedio la inmigración. Esto es: que tengan hijos los pobres. No deja de asombrarme la coherencia de la izquierda moderna: tu madre limpia mi chalet y los hijos que tenga pagarán mi pensión. (Vete tú a saber si acabando con los pobres no acabaríamos también con esta pseudo-izquierda.)

 Pues he aquí mi idea: que la cotización de los hijos una vez empiecen a trabajar se destine directamente a pagar la pensión de sus padres. Lo repito: directamente; patrimonio familiar. Si una mujer inmigrante tiene cuatro hijos que apenas puede mantener, cuando se jubile será rica. Ya dijo Diderot que “los pobres son los que mejor pueblan”. Así las cosas, ¿por qué tienen que pagar los pobres la pensión de los hípsteres? ¿Por qué tiene que cobrar más quien más aporte y no se considera aportación precisamente traer al mundo a uno o más cotizantes? ¿Por qué tienen que ser mis hijos “solidarios” con todos esos que los desprecian y que, de hecho, no querían ni que existieran? "