Estamos ante una de las mejores colaboraciones entre
el escritor Vizcaíno Casas y el director Rafael Gil, y quizá de las más
personales; "Hijos de papá". La tercera colaboración del director y el escritor.
La película se divide en
dos partes: la primera en blanco y negro cuenta las andanzas de un grupo de
jóvenes españoles en la segunda mitad de los años cuarenta; las estrecheces
económicas, la devoción religiosa, el cabaré, el cine americano, el recato de
las mujeres, la picardía de los chicos, los sacerdotes rígidos, Manolete… y la
manifestación multitudinaria en la plaza de Oriente de 1946 en apoyo a Franco y
en rechazo al aislamiento internacional de España.
Y la segunda mitad se desarrolla en 1978, cuando los jóvenes de
1946 son ya padres que han cumplido la cincuentena y se enfrentan a un mundo
desconcertante, sobre todo por sus hijos, que hacen una vida muy diferente a la
que ellos tuvieron. El desencanto, la falta de valores, la nostalgia por un
pasado irrecuperable, las aventuras más graves de los jóvenes con las drogas y
el sexo. La película lanza una pregunta: ¿Qué ha ocurrido con el relevo
generacional? Los padres esforzados y sacrificados se dan cuenta que han tenido solo hijos de papá incapaces del menor sacrificio.
Aunque no todos serán
así. Por fortuna, los padres tendrán ocasión de descubrir también sus propios
fallos, sus errores, así como las virtudes que algunos de los jóvenes contemporáneos
atesoran.
El segmento en blanco y
negro (que incluye una escena de “El clavo”) tiene una fuerte carga de
nostalgia y de reivindicación generacional, aunque esté envuelto en el humor característico
de Vizcaíno Casas. La segunda parte en color, que se inicia con los
protagonistas veraneando aburridos en Benicasim, posee el tono satírico y a
ratos grotesco de los dos títulos anteriores.
Algunos aspectos de la
juventud están descritos con mordacidad, sobre todo su incomprensible vacío
existencial, tal vez fruto de una adolescencia demasiado cómoda. Pero el tiempo
no pude detenerse, de ahí el contraste devastador entre la reunión en el casino
del grupo de ancianos (magnifico Antonio Garisa), haciendo exactamente lo mismo
que treinta años antes, y el ritmo vertiginoso de la vida actual, simbolizado
en las fiestas de la discoteca y la canción que interpreta el grupo Charol.
Entre las diferencias
generacionales se trasluce el simbólico mensaje: el respeto al pasado es
imprescindible para encarar el futuro, sobre todo porque el presente de hoy se
convertirá mañana en pasado y así sucesivamente.
Destacar al conjunto de
portentosos actores que conforman el reparto, con el incomparable José Bódalo a
la cabeza, bien secundado por Irene Gutiérrez Cava, Antonio Garisa, Florinda
Chico, Fernando Sancho, Agustín González (encarnando a un chaquetero político
muy propios de la época que pasa del partido Falange al partido Socialista),
Alfonso del Real, Antonio Casas, Rafael Hernández… y una joven debutante Ana Obregón.
La película fue un enorme
éxito que contradecía con el silencio de la critica . Quizá lo más que se le
achacaron algunos fue la película pinta unos años cuarenta en exceso pulcros,
en tanto que la nota esperpéntica a veces se vaya de la mano en la última fase
de la historia. Pero aún así, no le falta sinceridad, convicción, y por
supuesto, buen oficio cinematográfico del gran Rafael Gil.
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