Siempre resulta una autentica delicia ver una película de Wes Anderson. Esta película, El gran hotel de Budapest, es toda una declaración de un romántico empedernido. Y cuando digo romántico quiero decir en el sentido original del termino, no en las gilipolleces que hoy se le aplican al concepto romántico. Me refiero al romanticismo de los solitarios, al romanticismos de Poe, de Kierkegaard... Un romanticismo que ya apenas existe.
Pero que en esta película, Anderson nos da una pequeña muestra de lo que es. Creo que la trama de la película es un buen pretexto para llevarnos a la cuestión: un gran hotel de máximo esplendor, un joven botones y su romance con una guapa pastelera, Agatha. Pasan los años. El joven botones hereda el hotel, los tiempos han cambiado, ya nadie acude. Estamos en 1985 y ya no es ni la sombra de lo que era. Ahora ha quedado anticuado. Los baños dan pena. Las instalaciones han quedado muy antiguas, y ya apenas se puede hacer una gran reforma porque es un hotel que da más perdidas que ganancias.
Pero esta no es la película, esto es solo el trasfondo final. La película es una trepidante aventura de los tiempo de máximo esplendor del hotel, de cuando el joven botones y su jefe logran resolver un misterio de herencias, cuadro, asesinatos y fuga de la cárcel incluido. Y todo contado con ese delicioso toque de surrealismo al estilo Wes Anderson, que pone su toque personal al surrealismo. Un surrealismo distinto al de Berlanga o Fellini.
Pero después de la gran historia, volvemos al año 1985, y el que era aquél tímido jóvenes botones, con su guapa novia Agatha, y q luego paso a ser el dueño del hotel, recibe una pregunta del interlocutor a quien le ha contado toda la aventura:
- ¿Pero por qué sigue mantenido este hotel, cuando ya no viene nadie y solo le trae perdidas?
- Por ella... por Agatha.
Hacia mucho que había quedado viudo y el hotel representa sus años felices. Wes Anderson nos sumerge en una tremenda aventura para acabar la película con un toco de puro romanticismo al mas viejo estilo: un salón de hotel vacío, el balneario vacío y anticuado, un ascensor que ya no funciona, un personal de hotel despistado, un mobiliario que ha quedado desfasado... Pero todo eso, es lo único que le recuerda a ella. Los recuerdos de las mejores historias son cosas viejas, pero cargadas de sentido para el que, ese hotel viejo un día fue el escenario de su felicidad.
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