Después de asistir al estreno de "Magia a la luz de la luna", salí con la sensación de haber visto otra de las buenas películas del genio Woody Allen. Evidentemente no es una obra maestra ni se acerca a esa trilogía de oro que conforman Manhattan, Annie Hall o Delitos y faltas. Pero sin lugar a duda tampoco es de sus películas más flojas.
Magia a la luz de la luna es una reflexión de los grandes temas que siempre han preocupado a Allen y que siempre, de alguna manera u otra, ha metido en sus películas. Estamos ante una reflexión sobre la fe, la magia, la razón, la superstición... La angustia del que quiere creer y no puede. La angustia de aquel que reconoce que la magia es falsa, que solo es un truco ilusorio, pero sin embargo hace la existencia mas llevadera, mas amable para el que cree en ella.
Esta filosofía esta presente en su obra maestra Manhattan, donde su personaje, una vez reconoce que la vida no tiene un sentido trascendental, se pregunta ¿por qué vale la pena vivir? Pues por la sinfonía Júpiter, por los hermanos Marx... La cultura nos salva, es uno de los grandes mensajes que aparece en buena parte de su filmografía.
Magia a la luz de la luna tiene muchas conexiones con su interesantísima película "Sombras y nieblas", una película en la que reflexiona sobre la necesidad de la ilusión en la creencia. Todos la necesitan, decía al final de la película.
Destacar la perfecta ambientación de los años 20 y sobre todo la interpretación de Colin Firth como el incrédulo que pretende desenmascarar a una supuesta vidente interpretada por la guapa Eileen Atkins. Pero entre la fe y la increencia se cuela el sentimiento del amor. Nos dicen Allen que muchas veces es el sentimiento lo que nos influye a dar el paso a la fe, a la ilusión.
Lo que planeta esta película son las grandes preguntas del filosofo que camina en la intemperie y que a menudo es tentado por la ilusión de la magia y la fe.
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