¡Qué gran satisfacción da el abrir un periodico la mañana de un domingo y econtrarse artículos como este!:
CRONICAS GARCIANAS
El director se aleja de
nuevo de las modas y mira hacia atrás sin ira con su última película, “Holmes
& Watson, Madrid days”.
No
es casualidad que Jose Luis Garci escribiera un libro como “Ray Bradbury,
humanista del futuro”. El autor de “Crónicas marcianas” había considerado al
director un buen personaje para sus novelas de seres singulares en atmósferas
que no pertenecen al mundo real. Al mundo que marcha por las vías estrechas de
lo previsible. A Garci, que ha estrenado con su habitual división de opiniones
su particular versión de un Sherlock Holmes llegado a Madrid a la caza de un
metafórico Jack el Destripador, hace tiempo que le resbala lo que escriban o
digan de él porque su reino de prioridades no es de este planeta. El hombre que
amó a Marilyn en memorable cortometraje o concluyó su “Tiovivo” madrileño en un
baile a lo Vicente Minelli tiene en el cine a su Brigadoon o a su Shangri-La,
espacios míticos donde el tiempo de ha detenido y en los que la felicidad
eterna es posible. Sus películas gustarán más o menos, pero nadie puede en tela
de juicio la correosa coherencia de su autor con sus gustos, son su memoria,
con sus filias y sus fobias, con su tenacidad a la hora de vincular pasiones
(radio y cine, cine y música, música y lágrimas) aplicando un estilo que ha llegado
a ser inconfundible en su insistencia por los planos largos, los travelling
parsimoniosos, el montaje pausado, la alergia a cualquier modernez de nuevo
cuño.
Y las cosas
parecían distintas al principio. El guionista que hoy rinde pelitesía a diálogo
fue el mismo que escribió con Antonio Mercero La cabina histórico mediometraje en el que no se pronunciaba ni una
sola palabra. El cineasta que lleva años mirando hacia atrás sin ira echando
plano a clásicos (Canción de cuna, La
herida luminosa, You´re the one, Luz de domingo, Ninette, Sangre de mayo…) fue
en sus comienzos uno de los artífices como guionista de la llamada tercera vía,
un cine comercial con aspiraciones de calidad con el que se intentaba radiografiar
a la sociedad española con títulos como Los
nuevos españoles o Vida conyugal sana. Y cuando dio el triple salto a la
dirección lo hizo con Asignatura
pendiente, que se atrevía a mostrar la luna de hiel del país con su pasado
y en un presente lleno de sombras y también de esperanza. Continuó hurgando en
la herida nacional con Solos en la
madrugada, (el amor por la radio a borbotones, y también los primeros botes
del desencanto de una izquierda en la cuerda floja) y Las verdes praderas, o el sueño del chalecito convertido en
pesadillas. Cuando parecía que había encontrado la tecla infalible para
conectar con un público que buscaba en él a un cronista agridulce de las
grandezas y miserias nacionales, Garci sorprendió a propios y extraños
fundiendo a negro con El Crack; un
thriller a la española en el que cometía la osadía de darle a Alfredo Landa el
papel de detective bigotudo, sentimental
y arisco con una pistola así de grande.
Luego llegó su
gran homenaje a su amigo el crítico de cine Alfonso Sánchez (a quien dedicó un
maravilloso corto) en Volver a empezar,
reeducación sentimental de una época y generación perdida de españoles con la
memoria malherida. Gracias a esta película primer Oscar para España y un
disgustazo para muchos, supimos que Garci era spotinguista hasta la médula. La bendición
de Hollywood fue una maldición: tras despedirse del género negro con El Crack II, Garci perdió el cariño de
la taquilla con Sesión continua, su
obra más implacablemente cinéfila, o la emocionante Asignatura aprobada, con la radio también como telón de fondo
(aquellas historias cortas de final sorprendente). La ambiciosa y maltratada
serie Historias del otro lado le
permitió hacer un auténtico máster de dirección, probando todo tipo de estilos
y soluciones.
Con Canción de cuna se probó el traje de
adaptador y le gustó; Pérez Galdós, Mihura, Pérez de Ayala… Le gusta ser
clásico con los clásicos, rodar sin prisas ni causas. Vivir rodando, rodar
viviendo. Y ha tenido tiempo para contagiar su amor por el séptimo arte en
programas como ¡Qué grande es el cine!, editar
primorosas revistas y libros sin escatimar en gastos o escribir libros
espléndidos como Morir de cine o Beber de cine.
Un tipo curioso
este Garci. Ilustrado, humanista y un poco extraterrestre, como le gustaba a
Bradbury.
Tino Pertierra
La Provincia, Domingo, 9 de septiembre de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario